martes, 18 de noviembre de 2014

La tormenta perfecta

Si anoche algunos estaban esperando una tormenta se quedaron con la miel en los labios, porque no hubo esa tormenta tan anunciada, si acaso un atisbo de vendaval, pero al menos por mi casa ni eso, porque a las once y pico de la noche, algo inusual en mí, estaba en medio de la calle en pijama corto esperando a mi angelito de la guarda. Aquello parecía una noche de verano...

Anoche, después de llegar de mi clase de Tai Chi, ducharme y cenar, me encontré con una botella de vino en la nevera que alguien me había regalado meses atrás. En su momento le dije que la abriría para celebrar una ocasión especial, pero allí estaba sin estrenar, aunque alguna vez sí hice un amago de abrirla y compartirla, pero por una razón u otra seguía allí en la nevera, entera. ¿Es que no había tenido ocasiones que celebrar durante todos estos meses? Sí, claro, pero lo hacía sin el vino, supongo, aunque ayer al verla decidí abrirla y ponerme una copa, y después invitar a esa visita inesperada que compartió el sofá conmigo, entre risas y charlas. La ocasión había llegado. Allí estábamos los dos, abriéndonos el corazón, desnudándonos el alma y compartiendo experiencias, sirviéndonos de espejo en el que observarnos. Igualmente hubiéramos hecho eso sin el vino, porque el vino simplemente fue testigo de esa noche sin tormenta, pero allí estaba, celebrando con nosotros la vida...


Y es que anoche no tuvo lugar la tormenta perfecta, pero sí fue una noche perfecta, porque todo es perfecto tal y como es salvo el juicio del ego...

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