Ayer, a última hora
de la tarde, empecé a recoger todas mis pertenencias porque me
cambiaban de oficina. Parece que no, pero cuando empiezas a recoger
te das cuenta de un montón de cosas que tenías sin darte cuenta de
que las tenías, cosas que vas guardando y que quedan en el olvido. Y
no sólo eso, sino que tienes la sensación rara de estar abandonando
un espacio, que no te pertenece en absoluto, pero el hecho de haber
permanecido allí durante siete años hace que un poco lo consideres
como tuyo. Pero insisto, eso es un error, porque nada nos
pertenece...
Y ahora me han
puesto en una nueva oficina, con nuevos compañeros, con nuevas
vistas, porque tengo una gran ventana desde la que puedo ver el
cielo, nueva mesa y un montón de cosas más, como un cactus en el
que reside un caracol y que ya me han encomendado la misión de
cuidarlo. Así lo haré...
La verdad es que el
cambio no ha nacido de mí, porque estaba cómodo donde estaba, sino
que más bien responde a una reorganización de los departamentos,
así que básicamente seguiré haciendo lo mismo pero desde otro
sitio. Además, yo casi que me dejo llevar. Si antes me resistía a
los cambios, ahora confío en que todo pasa por algo. Los cambios
serán positivos y me alegría se va conmigo...
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