Cada vez me reafirmo más en la idea de que cuando aterrizas en un nuevo país y sales del avión es como salir del cascarón, o del útero de la madre, es decir, dentro de nos sentimos a gusto, nos miman, nos cuidan, nos dan de comer, pero llega un momento en que toca salir y enfrentarte a lo desconocido: que si un idioma nuevo, que si costumbres nuevas, que si el control de pasaportes, que si recoger la maleta, que si sacar dinero, que si comprar y poner una tarjeta de datos en tu móvil, que si averiguar cómo salir del aeropuerto y llegar al centro de la ciudad... Toca respirar y tomarse las cosas con paciencia, que en mi caso nadie me espera...
Y después, a las pocas horas, le empiezas a coger el tranquillo a la ciudad, preguntando siempre se llega a Roma... Primer contacto, visité Wat Arun y me gustó, pero luego entré en Wat Pho, que lo encontré por casualidad, y me impresionó el buda gigante, además de que me topé con una fiesta popular y un grupo de chicos danzando, lo que me dieron más ganas de quedarme...
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