Diez y media de la noche, velas que iluminaban la mesa que se encontraba en medio de la sala, trozo de pastel de frutos rojos con chocolate, copa de champán y un brindis por la homenajeada, que cumplía años pero no sabía cuántos porque, entre otras cosas, la había conocido la noche anterior, pero allí estaba, entre sus invitados más selectos, compartiendo una conversación con el resto de sus amigos y su hijo sobre la marihuana y su futura legalidad en Canadá, país en el que residen, lo que nos transportó a Amsterdam, las dos primeras y últimas ciudades en el que he dado el salto con el libro a nivel internacional con mi inglés de andar por casa, como suelo decir, dos ciudades conectadas por una misma conversación aunque las separen miles de kilómetros de distancia...
Y entonces me puse a observar la escena y a preguntarme qué hacía allí, pero no por estar incómodo sino por lo inimaginable de la situación. La risa se empezó a apoderar de mí y traté de disimularla entre los presentes porque me pareció vivir un sueño, que lo que estaba viviendo no era real. La memoria voló hacia atrás y traté de recordar los momentos que me llevaron hasta Vancouver para interactuar con personas que tal vez no volveré a ver en mi vida. Quizás obtengo lo que pido, porque siempre digo que la vida me lleve por donde me quiera llevar. Tal vez por eso estoy viviendo precisamente eso, sorpresas inesperadas que se van sucediendo, regalos que encuentro y que voy abriendo... ¿Saben qué? Quiero seguir diciendo: Vida, llévame por donde me quieras llevar...
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