Con la excusa de que el cuerpo es nuestro vehículo y hay que cuidarlo, me
pasé todo el día echándole gasolina para seguir disfrutando de los bellos
rincones de la ciudad. Además, se me intensifica el apetito cada vez que viajo,
pero de una forma asombrosa. Cada vez que acababa de comer decía que no
iba a comer nunca más, pero al rato mi cuerpo ya me estaba avisando para
repostar…
Claro, mientras escribo me acabo de acordar que el universo no
entiende la palabra “no”, como si la omitiera o no la oyera, por eso comía,
comía y comía, porque lo de que no iba a comer nunca más, se traducía en que
iba a comer más y más y más…
Bromas aparte, la comida siempre ocupa un rol protagonista en mis viajes.
Me gusta probarlo todo, sobre todo lo típico del lugar, como las “lenticchie”,
lentejas con cerdo, que acostumbran los italianos a comer la noche de fin de
año para atraer el dinero y la buena suerte. Al final no las encontré o me
olvidé en ese momento de pedirlas, pero del resto lo probé casi todo…
Me pensaba poner a régimen nada más llegar, pero ayer me dijeron que
tengo el guapo subido, la cara rellena, guapo de verdad. Pues oye, igual ya no
me pongo a dieta…
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