No es la primera vez que lo cuento, ante una decisión que tomar debemos
escuchar nuestro corazón: si se contrae, esa no es la decisión acertada, si se
expande, estamos ante la opción correcta. Pues esa práctica la hice en la
última heladería en la que entré, Adelia Iváñez, en pleno centro de
Bilbao. ¿Y qué sabor elegir? Había tantos: turrón de guirlache, turrón a
la piedra, horchata con farlons, helado de donut… variedades que jamás había
visto.
La cuestión es que mi corazón se expandía con cada sabor que imaginaba
dentro de mi boca, provocando una indecisión inusual en mí. Miento, con los
sabores clásicos de chocolate, vainilla, limón y fresa, sin azúcar, se me
arrugaba el rostro, espejo del alma, mi cuerpo quería probar algo nuevo, pero
con el resto la expansión era ilimitada y me decidí casi en el minuto 90, como
si de un partido de fútbol se tratara. «Tienen azúcar», me decía la cabeza,
pero el corazón no quería que le aguaran la fiesta, estaba de vacaciones y quería
degustar una nueva experiencia. Y al final me decidí, hice caso a mi corazón y
fuegos artificiales de placer estallaron en mi boca…
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