Como las abejas que van a la miel o las polillas que van hacia la luz que
emiten las bombillas, la mayoría de los humanos somos adictos al drama.
Cuanto más drama haya, más queremos estar en primera fila para no perdernos
ningún detalle de la película. Y no solo nos basta con presenciarlo, después lo
alimentamos, lo engordamos, lo hacemos más grande, lo comparamos con otros
dramas. «Lo tuyo no es tanto como lo mío; lo de este chico es mucho peor,
fíjate lo que le pasó...» Si es una noticia trágica se contagia, si es una
noticia esperanzadora, se escucha y en nuestras bocas el mensaje se estanca, no
se comparte ni propaga. Las televisiones se vuelcan con el drama, o se
volcaban, ya lo desconozco, pero ¿por qué esa adicción? ¿Acaso no podemos vivir
sin esa dosis diaria de drama? También suceden cosas pacíficas, gente que sana,
gente que se supera, acciones libres y desinteresadas... Entonces hay dos
caminos, miedo o amor, drama o esperanza, por eso decido cambiar el drama
por la esperanza…
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