Me
lo pasé pipa. Durantes unas horas fui un sacerdote flipao que podía
tocar instrumentos con las manos y escuchar mensajes del más allá.
A ojos de la gente, parecía un cura loco y transtornado que hacía
cosas extrañas, pero yo les respondía que nunca en mi vida había
estado mejor, tenía ese don y disfrutaba mostrándoselo a la gente.
En la vida real pasa exactamente lo mismo; desde
que algo se escapa de la “normalidad” empezamos a emitir juicios.
Ni los cuerdos están tan cuerdos, ni los locos tan locos, diría
yo...
Sólo
iba a actuar ayer para sustituir a un compañero, así que tenía que
lanzarme a la piscina y no tener miedo. No había un mañana para
modificar algo y sentirme más cómodo en el papel la próxima vez.
No, no
había un mañana, así que
tuve
la ocasión de aprovechar y disfrutar del “ahora”
que, en definitiva, es lo único seguro que tenemos...
Y
vaya si lo disfruté, me lo pasé bomba, incluso aparecían ideas al
instante para solventar los imprevistos. Que no llegaba el del sonido
a tiempo para darle al play y que sonara el órgano, pues lo hacía
yo a capella. Antes de empezar siempre tocaban a la puerta de la
iglesia y era yo el que abría para recibir al grupo de visitantes.
Justo antes de abrir decía: que
se haga tu voluntad y no la mía.
Así fue, se hizo tu voluntad. Gracias...
Y al terminar la
actuación me quité el traje de cura y me volví a disfrazar de
Ibán. Es lo que tiene estar en este mundo...
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