Ayer
se nombró otra vez y por eso volví a leer el capítulo de la
historia de Sandra, que aparece en el libro
“Sea más feliz que el Dalai Lama”...
“Sandra
tenía 80 años cuando nos conocimos. Vivía llena de miedos,
angustias, inseguridades y culpabilidad. Dependía completamente de
sus hijas y nietas para poder hacer cualquier cosa: caminaba con un
bastón y siempre le asaltaban cientos de dudas antes de emprender
cualquier actividad, hasta tal punto que, normalmente, acababa por
desechar la idea y se quedaba en casa haciendo lo que se supone que
una señora de su edad debe hacer: ver la telenovela.
Pero
es que a Sandra no le gustaban los culebrones. Ella soñaba con ir a
la playa, salir a bailar, cantar... ¡Lástima que ya fuera mayor
para todo eso! Además, nadie quería acompañarla.
Un
día, durante una sesión privada, me confesó que llevaba tiempo sin
dormir y que sufría frecuentes ataques de ansiedad. Tanto era así,
que lo único que deseaba era morirse y terminar con todo de una vez
por todas.
Hablamos
largo y tendido sobre cómo gestionar todos esos miedos que la
acechaban, terminar con esa dependencia de los otros y dedicar más
tiempo a lo que realmente amaba. Tras dos sesiones más, algo cambió
en Sandra.
Dos
semanas más tarde, noté que vestía diferente; cambió su atuendo
gris de ancianita viuda que vive en las afueras, y renovó, no sólo
su vestuario, sino también su carné de conducir. Con sus ahorros se
compró un coche de segunda mano y empezó a ir ella sola a la playa,
a clases de pintura, de paseo con amigas, al campo...¡incluso a
bailar!.
Su
familia estaba asombradísima por la independencia de la abuela, que
ya no se limitaba a prepararles la comida. No señor, ahora no podía.
Tenía mucho que hacer. Estaba muy ocupada (en vez de
pre-ocupada)...¡viviendo su vida! Estaba, por fin, dedicando más
tiempo a sí misma y, también, compartiendo muchos momentos
enriquecedores con sus biznietos. ¡Toda una experiencia!
Una
de sus hijas me dijo un día que Sandra había vivido una auténtica
metamorfosis. Era increíble la fuerza y la energía que desprendía.
Lo
único que Sandra había hecho era liberarse de esos miedos absurdos,
del que dirán, de la dependencia de otros para hacer lo que quería,
de esos reparos por molestar a los demás...
Tres
años después, Sandra falleció. Nunca olvidaré las palabras que me
dijo un mes antes de trascender:
-
José, en estos tres últimos años he vivido más que en toda mi
vida anterior."
Leyendo la historia de Sandra te das cuenta de que nunca es tarde para hacer lo que realmente queremos hacer. Y tú, estás haciendo lo que realmente quieres hacer o estás poniendo excusas y fabricando tiempo, tiempo que no sabes si tendrás...
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