Desde hace un par de
semanas, un niño de unos cuatro años de edad está yendo a meditar
con su madre porque así se lo ha pedido. Yo, que lo conozco de cerca y su madre siempre que
puede me cuenta todas las anécdotas que vive a su lado, diré
sencillamente que es un pequeño gran maestro, un niño libre que
brilla por su espontaneidad, un niño feliz que se resiste a ser
adulterado...
Pues bien, el otro
día, en medio de la meditación, le dice a su madre que lo lleve al
baño porque tiene que hacer caca. Claro, la madre lo lleva y le
pregunta que si no tenía otro momento para ir, que justo la
interrumpe cuando estaba centrada en la meditación. El niño le dijo
simplemente: “mamá, hay que soltar”. Pues sí, hay que
soltar...
Y la última es que
está preparando su cumpleaños y quiere comprar platos de “pocoyo”
para algunas señoras, ese “pocoyo” que tanto hemos escuchado en
meditación, y al resto les quiere poner platos de Timón y Pumba.
Mamá, hay que cantar Hakuna Matata. ¿Por qué será? Dios,
Hakuna Matata, esa canción que te repite constantemente que
ningún problema debe hacerte sufrir. Vive y sé feliz, lo más fácil
es saber decir...
Y hoy tenemos el
taller de meditación. La risa está garantizada...
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