El domingo por la
tarde me acerqué a la Miñoca para estar con mis amigos los
argentinos y ver el partido de la final del Mundial de Fútbol en
buena compañía...
He de reconocer que
me lo pasé genial, sobre todo observando lo emocionada que estaba la
gente de mi alrededor: cómo se levantaban cuando sonaba el himno de
su país, cómo saltaron como locos cuando creían que Argentina
marcó el primer gol y cómo se les cambió el semblante cuando se
percataron de que el árbitro anuló el gol, ese gol que ansiaban y
que nunca llegó. Al final ese gol llegó del lado alemán y con él
se empezó a esfumar el sueño de ganar la copa, pero animaron a su
equipo hasta el final, con buen perder y deportividad. Hasta yo me
puse a brincar y dar palmas porque me lo estaba pasando genial...
Y
como le dije a mi amiga Cristina al acabar: lo
siento mucho, pero tú también has ganado, porque todos somos uno.
Claro, porque somos de un equipo u otro por el simple hecho de haber
nacido aquí o allí, por la memoria, pero más allá del lugar o de
nuestros gustos o preferencias, ganamos
todos o perdemos todos
porque la unidad debe prevalecer.
Y con un gran abrazo
de despedida y una carcajada cómplice entre ambos, acabé la fiesta
del mundial. Y como hubiera dicho mi abuela, ganó el que no perdió...
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