Y cuando empecé a plantearme la posibilidad de venir a México comenzaron a aparecer las señales, tantas que me quedé asombrado, pues para mí no es normal ver a un hombre vestido de mariachi en medio de una calle en la isla en la que resido sin ser época de carnaval, ni que una amiga te conteste con un audio imitando el acento mexicano cuando no sabía absolutamente nada, o que de repente me inviten a un cumpleaños y preparen una comida temática ambientada en el país azteca desconociendo las anfitrionas mi idea de viajar a México y, por si fuera poco, ¿de dónde eran las mujeres que cocinaron tan delicioso manjar? De Puebla, la ciudad que voy a visitar porque allá me han abierto las puertas para que pueda compartir mi experiencia… Si eso no son señales, que baje Dios y lo vea… Así que esas señales me terminaron de convencer...
Todo me está llevando a México, pero también es cierto que si ahora estoy emprendiendo este viaje es gracias a la compasión y generosidad de alguien que se apiadó de mí y pasó por alto que en lugar de traer un certificado de viaje trajera uno de empadronamiento, normativa que sigo sin comprender. Mi mascarilla transparente no ocultaba los gestos de súplica: “Por favor, hago lo que sea”, llegué a decirles sin pestañear... Casi me dejan en tierra, pero aquí estoy, contemplando desde la ventanilla del primer avión que debo tomar las nubes que adornan el cielo y eternamente agradecido a ese angelito que se cruzó en mi camino para poder viajar, todo sea por el bien de la humanidad… ¡México me espera!
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