domingo, 2 de junio de 2019

Día 9: Los perros me persiguen

Y después de una cena en la que abrimos nuestros corazones y brindamos con el whisky extraído de la flor del coco, a la mañana siguiente nos despertó el fresco viento y la lluvia en la pequeña Inglaterra, como así llaman a la ciudad de Nuwara Eliya. Fuimos a una tienda de té y allí les conté que el día anterior había visitado una fábrica de té. Cuando me preguntaron cuál, no me acordaba del nombre, les dije que últimamente no tenía memoria y me cuesta recordar lo que hice ayer, a lo que se rieron y me recomendaron que comiera okra, una verdura que es buena para la memoria. Pues no sé si seguiré el consejo, se está tan bien sin recordar tantas cosas que ya forman parte del pasado… 



Y después llegó un maravilloso trayecto en tren hacia la ciudad de Ella. Casi me olvido hasta de llevar el pasaporte, serán las ganas que tenía de no cargar nada y sentirme ligero... Me encantan las estaciones de tren y siempre me acuerdo de la frase “el tren solo pasa una vez en la vida, pero hay guaguas que van cada treinta minutos en la misma dirección”. Las estaciones me atrapan, la melancolía de dejar un lugar y no saber a dónde vas, pero también la alegría por saber que estás dentro y sentir que es el camino correcto, te espera un nuevo lugar en el que no sabes qué pasará...



Y los perros me persiguen, hoy más que nunca, y eso que no les hago mimos ni carantoñas, incluso me sirven de guía y me ayudan a escoger qué camino seguir. Subiendo el Adam’s Peak me desvié por el sendero que eligió el perro, por qué desconfiar de los que dicen son nuestros mejores amigos… En la cima reinaba la paz… 

La noche llega y mis ojos desean descansar. Tal vez mañana no me acuerde del nombre de todos los lugares que he visitado, pero de lo que no me voy a olvidar jamás es de las cosas que estoy sintiendo y experimentando, esas quedan grabadas en lo más profundo de mi alma y algunas de ellas las comparto en este rinconcito tan preciado...

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