Todo cuenta, los últimos minutos también, por eso abro bien los sentidos para grabar todo lo que acontece: las moscas revoloteando en el desayuno, el sabor de la tortilla de Sri Lanka, una especie de tortilla francesa pero que le añaden pimiento, tomate, cebolla y el inolvidable toque picante, el último trayecto hasta llegar al aeropuerto, el tuk tuk verde en medio de la carretera, el chico en bicicleta con la camiseta azul que me hizo recordar aquella serie de verano azul, el picor en mi pierna izquierda, secuelas de las mordeduras de mosquitos que ya forman parte del pasado, los carteles publicitarios a ambos lados de la carretera, el control de policía al llegar al aeropuerto, la gratitud del conductor porque hemos venido a visitar su país cuando la mayoría de turistas han sucumbido al miedo terrorista…
¿Saben una cosa? Mi viaje estaba planeado para venir el día de los atentados, pero los regalos inesperados hicieron que tuviera que cambiar la fecha, por eso digo que me siento protegido, que la vida me adora y quiere seguir teniéndome aquí con ella, lo interpreto a mi manera y dejo a un lado los miedos imaginarios… Una llamada surgió dentro de mí, un sentimiento intenso de querer venir aquí. Al principio no entendía por qué, pero después lo comprendí, Sri Lanka ha sido el país perfecto para inspirarme y continuar con su historia…
Sentado en la última fila del avión, los últimos serán los primeros, y a través de la cámara externa veo cómo el avión se eleva hacia el cielo. Y para terminar este escrito, qué mejor que con una palabra que significa gracias en cingalés: STUTTI!!!
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