Nada más darle la mano para saludarle intuí su gran corazón. No tengo ni idea de lo que va a pasar, pero siento que es el mejor guía que pudiera tener. Tanto es así que no pude contenerme y le solté, sin que mi compañera lo escuchara para que no se alertara y me dijera “tampoco te pases, mira a ver”: Confío en ti, llévanos donde nos quieras llevar…
Y después de haber descansado, salimos desde Colombo con dirección a Anuradhapura. Vimos diferentes animales, vacas, pelícanos y algún otro cuyo nombre no recuerdo bien, también carteles que avisaban de tener cuidado con los elefantes, aunque el conductor nos contó que a esa hora del día, con el calor que hacía, sería muy difícil divisarlos. Ojalá tenga suerte y algún día los pueda ver en libertad, porque sí que llegué a ver uno mientras iba transportado en un camión de carga. Y también vimos un montón de murciélagos colgados de los árboles camuflados entre las hojas…
Tras cuatro horas de trayecto, llegamos a un pedazo de hotel. No hay nada mejor que viajar sin expectativas para que después te sorprendan, pues vas con la intención de dormir a la intemperie si hiciera falta, pero en esta ocasión fue todo lo contrario.
Y después fuimos a ver las ruinas de la ciudad de Anuradhapura y visitamos varios templos budistas donde se guardan las reliquias de Buda: Jethawanaramaya, Abrayagiriya y Ruwanaseliseya, entre otros. ¡Qué sensación de paz sentarte y conectar con la respiración mientras los monjes rezaban y preparaban sus ofrendas con la flor de loto como principal protagonista…
En medio del paseo me dio por saludar a un mono y al final salí huyendo porque empezó a correr detrás de mí. Mi ego proteccionista y que vela por mi supervivencia me dijo: ¡A ver si te estás quieto! Pero él ya sabe que yo no le hago caso, conmigo ya está curado de espanto...
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