Siempre digo que aterrizar y salir del avión es como salir de la zona cómoda, pues de sentirte protegido entre las alas del aparato, pasas a salir del cascarón y enfrentarte a lo que está por llegar: control de pasaportes, recogida de equipajes, cambio de divisas y averiguar cómo llegar al centro de la ciudad. Y el elegido fue la guagua 187, con ventiladores rotos incorporados y asientos un tanto destartalados, pero que me hicieron sentir como uno más de la ciudad. Nada de coger taxis ni coches privados, a mí me encanta mezclarme con la gente local…
Y al entrar en la ciudad de Colombo el tráfico se empezó a congestionar, lo que me recordó a La India, aunque no he estado pero lo he visto muchas veces en películas, ¿será que se parecen y por eso la llaman la lágrima de La India? Eso junto con los olores en sus calles me confirmaban que ya estoy en Asia…
Y después de la guagua cogimos un tuk tuk, el medio de transporte característico del país. Al llegar al hotel nos dijeron que habíamos pagado demasiado por el trayecto, pero para mí fue como agua de mayo, apareció por detrás y no nos lo pensamos dos veces porque cargar con las mochilas con semejante “solajero” era una temeridad, así que fueron los tres euros mejor invertidos desde que estamos aquí...
Un buen dicho que sigo al pie de la letra es: "Allá donde fueres haz lo que vieres". Si hay que cruzar un semáforo en rojo porque ellos lo hacen, lo hacemos y punto... Y sobre las seis de la tarde nos rendimos al sueño, pues llevábamos casi dos días sin dormir... Y hasta aquí puedo escribir porque ni yo sé lo que va a ocurrir…
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