El otro día, esperando a mi compañera para enseñarle el local, me dio por
abrir la tapa del piano y empezar a tocar cada una de las teclas que lo
conformaban…
Lo tenía delante de mí y no quise desaprovechar la oportunidad de tocarlo
para experimentar eso que tantas veces me han contado, que la vida es como
un piano, compuesto de teclas blancas y teclas negras, y cada una de esas
teclas es absolutamente necesaria para que la melodía suene armoniosa. Así que
empecé a tocar, las blancas y las negras, las más graves y más agudas, con una
mano, con las dos, incluso probé a hacer eso de tocarlas todas una detrás de
otras, empezando por las más graves y después haciéndolo al revés. El sonido de
cada una de ellas era perfecto y mezcladas ya ni te cuento. Eso sí, que nadie
piense que tengo dotes musicales porque no es así, lo mío, si acaso, va más con escribir. Para eso ya tengo
amigos músicos que saben tocar muy bien y yo me deleito con escucharles, pero ya puedo decir que he tocado el piano por primera vez...
Tocando el piano, me acordé de aquella vez que mi amigo Josu Okiñena tocó
ese instrumento exclusivamente para mí en el Convento de Santo Domingo antes de
una sesión de belleza. En ese momento todavía desconocía la simbología del
piano y sus teclas, pero allí estaban mostrándome el camino. Teclas negras,
Ibán, teclas negras que vas a pasar porque serán fundamentales para que después
lleguen las blancas y las disfrutes con libertad. Son recuerdos que me llegan y
me hacen emocionar. Las piezas de Chopin me hicieron vibrar. Eternamente agradecido...
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