Mi amiga Carmen comentaba ayer que el profesor de su hijo, que tiene
cinco años, mandó a sus alumnos a prepararse un poema navideño y, los tres
mejores, serían elegidos para leerlo delante de todo el colegio. Ella le dijo
que no le parecía adecuado porque, en cierta manera, estaba fomentando la
competitividad entre los niños y ya empezarían, desde muy temprana edad, a
intentar ser mejores para agradar a los demás o a sentirse inferiores si no
lograban lo que lograban los demás. Es que de eso trata la vida, de competir, decía él. No, la vida no es una competición, eso es lo que te han hecho creer, respondió ella...
Claro, es que desde siempre nos han inculcado la competitividad cuando en
realidad se trata de superarnos a nosotros mismos, pero nunca compararnos. Por
poner un ejemplo, el otro día en la piscina yo salí pletórico porque conseguí
nadar, durante los cuarenta y cinco minutos de clase, 1500 metros, todo un
récord no conseguido hasta la fecha. Había nadado 1300, 1400, incluso 1450
metros en alguna clase, pero nunca había llegado al kilómetro y medio.
Cuando quedaban 10 minutos para finalizar, que llevábamos 1200 metros, le dije
que tenía ganas de llegar a 1500 para ver si podía superarlo. A toda pastilla
lo pude lograr y fue una satisfacción. Otra cosa es cuando miro de reojo lo que
hace el compañero y me pico con él e intento que no me sobrepase. Ahora lo
veo, me río, y desisto de esa competición que no me lleva a ninguna parte.
Ahora me centro en mí, superando mis límites, aunque siempre sin exigirme,
no vaya a pretender querer hacer 3 kilómetros cuando todavía estoy por la
mitad. Supongo que será progresivo, poquito a poco, como está resultando hasta
la fecha. Cada uno a su ritmo, yo centrado en el mío…
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