Algunas veces comento anécdotas de mi madre, pero en esta ocasión hablaré de mi padre. ¿El motivo? El programa de ayer de Pasapalabra… Él es un gran aficionado y desde hacía dos días estaba esperando impaciente la cita en la que un joven participante se “iba a llevar” el bote millonario, y lo pongo entre comillas porque él daba por hecho que iba a ser así, incluso soñaba por las noches con ese momento ya que le ha cogido tanto cariño al concursante que parecía un hijo o un sobrino, pero unos días antes le comenté que había alguna posibilidad de que no fuera así y simplemente fuera un enganche publicitario para aumentar la audiencia del programa. El anuncio únicamente decía que se iba a vivir un programa muy emocionante, pero claro, mi padre lo interpretó a su manera, se llenó de expectativas y no dio pie a ninguna otra posibilidad… ¿Qué pasó ayer? Pues que el programa efectivamente fue emocionante, pero al final se quedó en eso, en un casi pero no, y la cara de mi padre fue un auténtico poema. El rosco de la decepción, así lo llamé, pues su cara reflejaba decepción y cabreado con el mundo dijo que no iba a ver más el programa, que lo habían engañado… Mirando su cara de tristeza y enfado, me di cuenta del poder tan grande que tienen las expectativas. Si no consigues lo que dabas por hecho pareciera que el mundo se te viniera encima…
Hoy, aunque prometió que nunca más volvería a ver el programa, seguro que estará enchufado a la tele y seguramente habrá aprendido que sería interesante rebajar su nivel de expectación y disfrutar con cualquier desenlace, si gana bien, y si pierde también…