Entonces aprendí a decir no, y con el no apareció la culpa por no hacer lo que me enseñaron que debía hacer para ser un buen hijo, buen hermano, buen amigo, buen empleado, buen ciudadano… La culpa se instaló por dentro como un veneno que va adormeciendo lentamente mi piel paralizando mis movimientos, hasta que la detectas, la respiras y la sueltas. Pero con un no también aparece un sí, un sí a la paz que brota de dentro, se me hinchaba el pecho y decía: ¡madre mía, quiero volver a decir no! Un sí a la coherencia, a la prioridad, a darme mi lugar…
Aprendí a decir no, entonces apareció la culpa, pero al darme cuenta se está yendo por donde mismo vino para dar paso a un sí rotundo a la vida. Por eso, no me importa decir no cuantas veces quiera…
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