Amigos que desde que se vieron por primera vez se reconocieron como
hermanos, gemelos del alma. Y sentados el uno junto al otro, cogidos de la
mano, contemplaban la puesta de sol, su ritual desde que decidieron unir sus
caminos y estar juntos para compartir la recta final de sus vidas. Ayer
volvieron a hacerlo bajo el aroma a hoja marchita y el fresco otoñal, lo que
les hizo proteger sus gargantas con un suave fular de seda, color malva para
ella, color verde para él, esperanza, que compró en La India la última vez que
fue. Su pasión seguía siendo viajar… Y tomando un té con sabor a jazmín y menta
marroquí, volvieron a brindarse un momento inolvidable. «Amiga, ¿sabes de qué
me he dado cuenta? Acabo de descubrir otro miedo escondido», le dijo él
sorprendido. «Amigo mío, llevas noventa años con lo mismo, sacando de dentro y
conociéndote a ti mismo», le respondió ella entre risas. «¿Y lo que nos
hemos reído? Quizás por eso seguimos vivos», reflexionó él en voz alta. Y
rieron, siguieron riéndose de ellos mismos, recordando las anécdotas vividas,
sin prisas, sin ningún reloj salvo el de la luna que les daba la bienvenida…
Hermoso Ibán. Gracias.
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