Bailar hasta que duela, rezaba la canción… La música empezó a sonar y
ella permanecía estática. ¡Venga, baila como si fuera la última vez!, pero se
quedaba quieta, sin mover sus pies. Un paso adelante, uno atrás, le susurraba
la vida que la invitaba a bailar… Su cara era un lienzo en el que se dibujaba
un cielo tormentoso que impedía ver el sol, pero a veces salía, tímidamente, con
su sonrisa, aunque su vergüenza lo ocultaba nuevamente. ¡Baila, que no te
ahogue la depresión!, le gritaba, y tuvo que salir a la pista, la agarró por su
cintura, mano sobre su mano y comenzó a deslizarla… Pero era la vida la que la
movía por el sendero de la esperanza, mientras ella permanecía estancada, sin
la voluntad de borrar su tristeza, y si no hay voluntad no se puede hacer nada,
si ella no quiere, no hay lugar para la magia... «No me cambió nada», me dijo.
«Tú no quieres cambiar nada», le dije… Y el baile nunca se dio,
fue una ilusión, al menos en esta ocasión…
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