El
viaje acabó tal y como empezó, cenando en un restaurante a los pies
de la imagen de “la última cena” de Leonardo Da Vinci...
Antes
de relatar el momento cena, comentar que aprovechamos bastante bien
el día. Nos volvimos a alojar en Madaba,
pero como ya habíamos visitado esta ciudad, decidimos coger el
transporte público, la guagua de toda la vida, para ir a Amman
y ver su ciudadela. En la guagua volvió a quedar patente la
generosidad sin límites de la gente local. Ante la escasez de
asientos, una madre le dijo a sus hijos que se juntaran y me pude
sentar con ellos. El rato que pasamos juntos en el asiento no paraban
de mirarme y sonreírme. Fue sacar el móvil para enseñarle las
fotos que había sacado a lo largo de todo el viaje y se quedaron
maravillados y, minutos después, ya eran ellos los que manejaban el
aparato con pasmosa habilidad y facilidad. Los niños se guían por
la intuición...
Después
de hacer las compras pertinentes y pasear por las calles de Amman,
algunos decidimos subir a la cima para ver la ciudadela, otra ruina
romana en bastante buen estado...
Y
para regresar otra vez lo hicimos en guagua. Apretujados como
sardinas, llegamos nuevamente a Madaba,
donde empezaríamos a preparar las maletas y disfrutaríamos de la
última cena...
Los cambios de temperatura se notaban. De los calurosos días que tuvimos en el sur, a más de treinta grados en algunas ocasiones, pasamos a las frías noches de las ciudades del norte, en torno a los diez grados, pero la temperatura nos daba igual. En torno a la mesa siempre lográbamos un ambiente adecuado, sin fisuras. Daba igual si hacía frío o calor, lo importante era la compañía...
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