Y así, desde buena
mañana, empecé a reír a carcajadas...
La rutina había
comenzado. Sonó el despertador, me lenvanté rápidamente para
apagarlo, porque desde hace unos meses no lo pongo en la mesa de
noche, me volví a tumbar sobre la cama durante unos minutos para
recitar mi frase matutina, aquella que ya redacté en su momento de
“con total aceptación y alegría comienzo con nuevos ojos este
día...”, hice la cama, me duché y posteriormente preparé el
desayuno...
Pues fue sentado en
el sofá, justo después de desayunar, cuando me da por contestar un
whatsapp a alguien que me había escrito la noche anterior. Me hizo
tanto reír su respuesta inmediata, que empecé a reír sin parar,
mirándome al espejo o caminando de un lado a otro de la casa y, sinceramente, agradecí ese momento porque
reírse es una auténtica bendición. Dice Osho que “si la gente
pudiera reírse a carcajadas por lo menos una hora por día, sin
razón ninguna, no necesitarían ningún otro tipo de meditación”.
Pues muchas gracias
a quien me hizo reír a carcajadas y, mientras termino de escribir
esta entrada, sigo riéndome a carcajadas, carcajadas silenciosas que
te llegan al alma...
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