Sin desmerecer a mi mamá, a quien también felicito en este día y le doy las gracias por tanto, hoy quiero dedicarle unas palabras a mi otra mamá, esa que sería capaz de tragarme y hacer que desapareciera de su faz en un periquete, pero de momento permite que siga aquí y me cuida como la que más. Así es Mamá Tierra, que siempre me aporta todo lo que necesito: alimentos, agua, árboles, calor, frío, valles o picos... Si me caigo acolcha el terreno para que no me lastime tanto, me agarra de la mano para ayudarme a levantar y me anima para que continúe con más ímpetu… Recuerdo aquella vez, algo sobrenatural y difícil de creer, en la que sentí que las suelas de mis zapatos se habían pegado al suelo que estaba pisando y me dejó totalmente sujeto sin poder dar un paso. Fue una señal que interpreté, como siempre, a mi manera: tranquilo que no te irás ni al cielo ni al infierno, no es tu momento de partir. Te seguirás quedando conmigo porque te quiero y aún tienes mucho que dar y experimentar... ¡Feliz día, mamá y muchísimas gracias por la oportunidad que me estás regalando!
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