Había estado muchas veces dentro de un avión, pero nunca debajo de uno tan inmenso. Un amasijo de hierros sobrevoló mi cuerpo a escasos metros de altura y, a pesar de que tan sólo fueron unos cortos segundos de tiempo, la adrenalina invadió mi cuerpo y la sensación fue indescriptible. Sin miedos...
En esta Semana Santa también he visitado mi rinconcito de Famara para disfrutar de unas magníficas puestas de sol, un regalo para los ojos que esperan despertarse cada día para disfrutar de la naturaleza en todo su esplendor...
Y después de muchos años, hasta he podido disfrutar de una partida de ajedrez, lo que inevitablemente me recordó la entrada que tiempo atrás escribí sobre el tablero de ajedrez: si un peón no se moviera de su casilla por miedos, irremediablemente sería devorado por su contrincante en el juego, pero si se atreve a avanzar tal vez se transforme en una pieza de más valor al finalizar su camino. La vida es una gran partida de ajedrez...
Y sigo leyendo el libro "Sea más feliz que el Dalai Lama". La cosa promete...
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