Y otra de las anécdotas que me traje de Viena fue entrar en una estación
de metro y escuchar los gritos de una mujer… Fue verla al otro lado del andén y
preguntarme qué tipo de pensamientos la habrían secuestrado como para dejarse
arrastrar por una ira desmedida, producto tal vez de no gestionar adecuadamente
la emoción del enfado… Llegó mi tren, me senté y seguí observando al diablo,
perdón, mujer, a través de la ventana. Y entonces quise jugar y lanzarle una cariñosa sonrisa, pero cuando uno está tan endemoniado, las sonrisas se pueden
interpretar como sarcasmos, así que su respuesta fue vociferar y lanzarnos un escupitajo
que no nos llegó al estar protegidos por el cristal… ¡Qué cosas me muestra la
película en la que estoy inmerso! El diablo se viste de humano, pero al
diablo que todos llevamos dentro debemos educarlo, gestionarlo, tomar
responsabilidad de lo que nos está pasando… Así el mundo irá mejor…
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