Poco faltó para pellizcarme el brazo y comprobar así que no estaba soñando… Un hombre disfrazado de arzobispo dando la bienvenida a los participantes, batucadas poniéndonos a mil, un avituallamiento convertido en discoteca en mitad de la montaña... Aquello era tan inusual, tan surrealista, tan original... Una caída, memorias que activaron el miedo… Me levanté, no fue nada, falsa alarma, respiré… Ganas de llorar al final, pero no me salían las lágrimas, no por la carrera en sí sino por la multitud de experiencias acumuladas durante la semana… Di las gracias, siempre doy las gracias, estoy vivo, qué menos que dar las gracias...
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