Preparar los artilugios de pesca, recoger el barco del garaje, engancharlo al remolque, arrastrarlo hasta la orilla del mar, aparcar el coche antes de salir a navegar, arrancar el motor, fondear, poner la carnada en los anzuelos… ¡Chiquita traquina! Esa típica expresión canaria fue la que escuché y no pude sino sonreír… Todo eso es lo que hay que hacer para ir a pescar, y no solo eso, sino que cuando acabas tienes que sacar el barco del agua, engancharlo al motor y limpiarlo todo antes de devolverlo al garaje… Si de mí dependiera, hubiera desistido de esas arduas tareas en el minuto uno, pero como me lo encontré casi todo hecho pude gozar de un maravilloso día de pesca. Solo tuvimos que estar atentos a ver si algo picaba en el anzuelo y la variedad fue infinita: peces araña, lagartos, tamboriles, bogas, sargos… Las piezas eran tan pequeñas ―a ojos del capitán― que las lanzábamos al agua nada más pescarlas y les dábamos una segunda oportunidad…
Entonces extrapolé la situación a la meditación y los pensamientos… Lo ideal es observar los pensamientos desde la barca sin identificarnos con lo que nos están contando o recordando, pero si por casualidad pescamos algunos y nos enredamos con ellos, podemos quitarles el anzuelo y devolverlos al mar. Sigue contemplando la belleza del paisaje y del instante presente y deja los pensamientos a un lado, así estarás verdaderamente en paz…
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