Ayer volví a mi casa, tan bonita ella, con sus paredes de colores, chiquitita y acogedora (eso es lo que me dicen todos los que la visitan). Desde el 12 de agosto no dormía en ella, hasta mi vecina de abajo estaba extrañada de que no sentía ningún ruido, y yo también extrañaba sus gritos de desesperación porque su hija no le hace caso, todo sea dicho. ¡Cosas de la vida!
La sensación que sentí al entrar por la puerta fue muy buena, el volver a casa me reportó una paz y alegría, sí, mucha alegría de volver a mi hogar y no tenerle miedo, porque durante esa larga ausencia llegué a sentir que mi propia casa me ahogaba, no podía estar solo ni un sólo momento, estaba llena de negatividad y angustia por los momentos sufridos antes del diagnóstico. Pero a esas sensaciones hay que plantarles cara, así que lo que hice fue una limpieza a fondo. El olor a limpio lo cambia todo. Y darle vida, darle mucha vida a la casa, llenando la nevera, poniendo un frutero en la mesa. Así que anoche me reconcilié con mi casa y me hizo sentir muy bien.
La razón de mi vuelta: mi sobrino. El pobre está con gripe y claro, ahora mismo dicen que yo debo estar con las defensas muy bajas por el tratamiento, así que debo huir de cualquier posibilidad de contagio que se me presente. Eso sí, mi madre me advirtió de que la llamara por las noches, o que fuera a visitarla, porque ahora mis padres me tratan como a un niño chico, que si controlándome la alimentación, preocupándose por mí. El amor de una madre traspasa fronteras.
Bueno, me despido por hoy, pero decirles que hoy me estreno con el reiki. No sé de qué va la movida, sólo sé que me lo han recomendado porque me puede ir muy bien para afrontar lo que tengo, así que mañana les contaré. Un beso a todos.
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