Ayer propuse un ejercicio, contestar a una pregunta: ¿Qué harías si
hoy fuera el último día de tu vida? No debían responder con lo que les
gustaría hacer, como viajar o ir a la playa, recuerden que estamos confinados,
sino con cosas que estaban a su alcance y que sí podían hacer…
Y yo también reflexioné sobre el ejercicio, aunque más que escribir, lo
hice. Después de trabajar y almorzar, subí a la azotea, bendita azotea que
hasta hace poco ni me acordaba que pertenecía a mi casa, y tomé el sol. Tuve
ganas de refrescarme y por un momento pensé en bajar para llenar un barreño con
agua, pero la mente perezosa me decía que no, otro día, sigue aquí tumbado
sobre la toalla, hasta que me dije: ¿y si hoy es mi último día? Fue así como
bajé, llené el balde y me lo eché por encima, como si hubiera entrado
directamente en la marea, ¡qué sensación tan rica! Después una conversación con
una gran amiga, un poco de deporte, qué bien me sienta el deporte, y para
rematar la noche un concierto a través de una red social, nunca había
experimentado eso, estar tan unidos a través de un medio tan virtual, ¿qué
mejor manera que acabar mi existencia con música celestial? Porque ella cantaba
como una diosa terrenal… Brindé con una copa de vino, uno de mis preferidos,
¡qué maravilla! Y al acostarme no me olvidé de agradecer a ciertas personas
todo lo compartido con ellas. No me hizo falta llamarlas, solo enviarles un mensaje: ¡Gracias por todo, gracias por tu amistad! ¿Hay
mejor forma de acabar que agradeciendo?
Hoy volví a despertar, ayer no fue mi
último día, ¡gracias!, tengo una nueva oportunidad…
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