En uno de esos paseos que me di conmigo por Lorca, me adentré en un
barrio que me llamó la atención porque a la gente la sentí apática y sin ganas
de nada, como viendo el tiempo pasar, mientras que en el cielo ocurría todo lo
contrario, observando a unas golondrinas que no paraban de volar. A veces la
gente nace en un pueblo y se acomoda en ese pueblo sin conocer más nada, y por
eso me sentí afortunado, porque he traspasado las fronteras de la zona donde
nací y he podido descubrir lo que hay más allá.
El caso es que cuando regresé y les conté a mis amigos por dónde estuve,
casi les da algo y me dijeron que de milagro no me atracaron. Al parecer es
un barrio muy peligroso y los locales no se atreven a ir por allí, pero yo
lo hice y no me ocurrió nada, es más, saludaba a la gente que me iba
encontrando por el camino aunque ellos no me devolvieran el saludo, totalmente
ajeno al ¿peligro? Instantáneamente me acordé de una historia que escuché una
vez:
“Había una vez dos niños que patinaban sobre una
laguna helada. Era una tarde nublada y fría, pero los niños jugaban sin
preocupación. De pronto el hielo se reventó y uno de los niños cayó al agua
quedando atrapado. El otro niño, viendo que su amigo se ahogaba bajo el hielo,
tomó una piedra y empezó a golpear con todas sus fuerzas hasta que logró romper
la helada capa, agarró a su amigo y lo salvó.
Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había
sucedido, se preguntaban cómo lo hizo, pues el hielo era muy grueso.
- Es imposible que lo haya podido romper con esa
piedra y sus manos tan pequeñas, afirmaron.
En ese instante apareció un anciano y dijo:
- Yo sé cómo lo hizo.
- ¿Cómo?, preguntó alguien.
- No había nadie a su alrededor para decirle que
era imposible”.
En mi caso nadie me dijo que era peligroso y por eso lo hice. Si
llego a tener esa información antes, la experiencia hubiera sido totalmente
diferente o ni siquiera lo hubiera intentado por temor a que me pasara algo. Sí,
otra experiencia más en el bolsillo ;-)