Entre lo que pido y la vida me da sin pedir, lo mío parece estar destinado a vivir experiencias por primera vez. Esta vez fue hacer la Travesía el Río y ser rescatado en medio del océano. ¡2 horas 16 minutos... y no llegué! ¡Y la de cosas que se me pasaron por la cabeza durante ese tiempo! ¿Todavía en la boya 7? ¡Pero si no estoy avanzando! ¿Y si levanto la mano y pido ayuda? ¡Y una mierda me rindo! ¿Dios, pero dónde están los demás? La sensación de estar nadando solo y al rato estar rodeado de unos cuantos. ¿Otra vez el del bañador azul? ¿Pero dónde están las boyas? La sensación de que se movían de sitio y después me lo confirmaron. Mira, vida, yo quiero llegar, pero lo dejo en tus manos. Esa fue la petición que lancé al final...
Y al rato apareció una lancha por mi derecha y me invitaron a subir por motivos de seguridad. La prueba había terminado y yo no había llegado. Pues qué quieren que les diga, a pesar de que estaba a punto de llegar al muelle, me lo tomé como un regalo. La vida me dijo: No, mi niño, tú no estás para esforzarte y nadar a contracorriente. Y ese ha sido el aprendizaje, ver el lado positivo de una aparente derrota. Eran 2600 metros y nadamos más de 4000. ¡Menudo aguante! No llegué, pero me quedo con la aceptación con la que me lo tomé. O mejor aún, la primera vez llegué por mi propio pie y esta vez subido en una zodiac. ¡Qué bien me lo pasé!