Miércoles, 28 de septiembre de 2016
Me resistí y aquello persistió, persistió y persistió. Las sanguijuelas
se apoderaron de mis pies y no me abandonaron hasta casi el final del trayecto.
«Dios, ¿pero qué hago aquí?», me preguntaba de vez en cuando mientras seguía
caminando por un sendero mojado. A punto estuve de decirle al guía que quería
volver, pero es verdad que otra parte de mí sentía que tenía que pasar esa
experiencia porque me daría más fuerza. La que se lo pasó “pipa” fue mi
compañera. Ese día no paró de reír cada vez que miraba mi cara de
circunstancias. El humor y la risa siempre nos salvaba, pues a pesar de todo,
yo también tenía tiempo para la risa…
Me acordaba de todo lo que me enseñaron, que aceptara, que las amara,
pero me era muy complicado aceptar esos bichos que trepaban por la ropa y se
enganchaban a mis pies intentando chupar la sangre que corría por mis venas. Y
aún quedaba el tramo de vuelta, pasar otra vez por el mismo calvario…
Y por fin lloré, pero no de desesperación sino por puro agradecimiento.
Recordé que estaba sano y que para lograrlo había hecho una promesa mucho
tiempo atrás: que estaría dispuesto a todo con tal de sanar. «¿No estabas
dispuesto a todo? Pues camina», me dije. Y también recordé lo que me dijeron la
primera vez que pude caminar sobre los cristales: «El camino será difícil, pero
al final te espera la recompensa». Y a partir de ahí comencé a caminar con otro
sentir, quitándole importancia a las sanguijuelas, agradeciendo que estaba
vivo, que estaba sano, y mientras más lloraba de alegría, menos bichos tenía.
Sobreviví en
la selva, una gran
experiencia. Y aunque salí de allí diciendo que jamás volvería a meterme en una
de ellas, ahora digo que no me importaría. Quiero seguir estando sano y seré
un SÍ a todo lo que la vida me proponga…